CARCA EDITA SU FLAMANTE DISCO “UOIEA” Y ASEGURA SU LUGAR ESTABLE EN BABASONICOS.
"Yo soy yo"
Pavada de alter ego. Detrás de esa carota despeinada con incomodas inclinaciones rockeras, Carca ha realizado una notable carrera que acaba de llegar al sexto disco solista. Ademas, en esta nota, confirma en exclusiva al NO algo que ya todos suponiamos: sera el nuevo bajista de Babasonicos.
Carca vive en un castillo. Una especie de fortaleza de dos plantas de techos altos, paredes rústicas y espacios amplios y húmedos, que tranquilamente podría funcionar como refugio decimonónico o aposento de vampiro si nos dejáramos llevar por el aspecto siempre singular de su habitante, mezcla elegante de globetrotter del conurbano y jeta adusta a lo Edmundo Rivero. “¿Querés un té?”, ofrece apenas arriba el NO y el invierno porteño, plagado de psicosis y paranoia porcina, arrecia del otro lado de la muralla, donde La Boca y el San Telmo for export no tienen cabida y Barracas empieza a confundirse con Constitución. “Es de coca, pero totalmente inocuo”, aclara y en seguida prepara la infusión con sus manos de gigante y modales de caballero. Perfecta ocasión para echarle una mirada a la planta baja del castillo y comprobar que sí, que este refugio equipado con un pequeña sala de grabación y amueblado mímimante aquí o allá es perfecto para este cantante y guitarrista que nunca viaja en colectivo porque le “cuesta conectar con la gente” y que por eso prefiere “tomar taxi o caminar... Caminar todo lo que sea necesario”.
Y es que Carca –a quien no se lo conoce que haya rehusado respuesta ni ante la pregunta más impertinente– es, efectivamente, un ser extraño. Pero no tanto, o no sólo, por su aspecto particular sino principalmente por las incómodas inclinaciones rockeras a las que fue afecto durante su ya considerable carrera. Y que incluyó desde el trava kitch de Miss Universo y el rockero retro-psicodélico de A un millón de años Blues hasta el glitter-glam de Nena y el rock-star de Divino para terminar culminando en el actual Carca ¿clásico? de Uoiea, su flamante sexto disco, tal vez el más parecido a sí mismo, en el sentido de que contiene elementos de todas sus encarnaciones anteriores, pero también ligeros rastros de su vida íntima. Su personalidad más allá del personaje. “Es cierto, se ve más cálido. Con el tiempo vas abandonando esa necesidad de artificialidad. No lo digo por mí, sino de la carrera del artista en general”, comenta al final de la charla.
De lo que no hay dudas es que aquellas transformaciones resultaron en ocasiones demasiado extravagantes para el gusto rockero promedio. Pero también para el paladar más exquisito o snob que muchas veces le dio la espalda por “grasa”. ¿O en realidad hay que decir que fue al revés? ¿Que fue él quien primero se la hizo difícil a los exquisitos y luego se regocijó con el rechazo? “Soy una persona de la cual no se puede poner en duda su credibilidad. Cuando se rotuló un movimiento que no tenía nombre como rock alternativo, me bajé. Mientras los periodistas mismos se subían para conducir programas del estilo, fue ahí donde yo hice A un millón... Para decir ‘Okey, yo no soy de ustedes’”, dijo en una entrevista del 2000 (!) para el NO.
Y también: “(Muchos) descubrieron el rock nacional por venir a verme a mí. Cuando les dije que escucharan Pappo’s Blues Volumen 1 y 2 fueron bastante reticentes, me miraron como diciendo ‘éste es un negro que escucha a Pappo’. Y no, date cuenta de que no es así. Charly García no inventó el rock nacional”. Las declaraciones fueron recuperadas de una nota en la que el ex Tía Newton (sí, la banda nueva y alternativa que algunos añoran, pero que en su momento Carca se sacó de encima como la sarna) compartía tapa con Sergio Pángaro (Baccarat) y el NO se preguntaba: “¿Son o se hacen?”. En aquella época, ambos despertaban curiosidad, claro, pero también crecientes sospechas sobre si lo que hacían se trataba en realidad de fina ironía (los que pensaban bien) o de autoparodia involuntaria (los que pensaban mal).
Y también: “(Muchos) descubrieron el rock nacional por venir a verme a mí. Cuando les dije que escucharan Pappo’s Blues Volumen 1 y 2 fueron bastante reticentes, me miraron como diciendo ‘éste es un negro que escucha a Pappo’. Y no, date cuenta de que no es así. Charly García no inventó el rock nacional”. Las declaraciones fueron recuperadas de una nota en la que el ex Tía Newton (sí, la banda nueva y alternativa que algunos añoran, pero que en su momento Carca se sacó de encima como la sarna) compartía tapa con Sergio Pángaro (Baccarat) y el NO se preguntaba: “¿Son o se hacen?”. En aquella época, ambos despertaban curiosidad, claro, pero también crecientes sospechas sobre si lo que hacían se trataba en realidad de fina ironía (los que pensaban bien) o de autoparodia involuntaria (los que pensaban mal).
Hoy, casi diez años después y con el flamante Uoiea en las manos, podemos decir que –en el caso de Carca– no se trata ni de una cosa ni de la otra. Que el autor de Qué suerte ser diferente no se hace; sencillamente es. Y que a esta altura su impronta glam (que no es glamour, advierte Carca, “que suena a fiesta de yuppies en Puerto Madero. Nada más opuesto a mi música que eso”) y su arrogante rock (más una entonación que celebra la tradición egocéntrica del rock que una verdadera soberbia) no conforman la estudiada construcción de un personaje posmoderno, sino, en todo caso, la fascinación por una mitología fantasiosa –los tabúes y las estelas prohibidas que van de Kiss a Riff– que Carca visualiza perdida o no suficientemente en boga.
Un amor genuino por ese mundo que lo trastocó de adolescente, cuando vagaba por los bosques de Ezeiza y no podía dejar de alucinar con Syd Barrett o el primer Marc Bolan, el perturbadoramente psicodélico de Tyrannosaurus Rex. O, todavía antes, cuando a los 9 años sus padres lo llevaron a una disquería del barrio y quedó tan hipnotizado con Queen 2 –esa majestuosa tapa con las cuatro caras en rombo de Mercury y cía.– que regresó con el vinilo bajo el brazo sin percartarse que atrás el dueño lo perseguía para que pagase la cuenta. “Ese disco me cambió la vida”, dice cada vez que le preguntan por la anécdota.
Un amor genuino por ese mundo que lo trastocó de adolescente, cuando vagaba por los bosques de Ezeiza y no podía dejar de alucinar con Syd Barrett o el primer Marc Bolan, el perturbadoramente psicodélico de Tyrannosaurus Rex. O, todavía antes, cuando a los 9 años sus padres lo llevaron a una disquería del barrio y quedó tan hipnotizado con Queen 2 –esa majestuosa tapa con las cuatro caras en rombo de Mercury y cía.– que regresó con el vinilo bajo el brazo sin percartarse que atrás el dueño lo perseguía para que pagase la cuenta. “Ese disco me cambió la vida”, dice cada vez que le preguntan por la anécdota.
Vueltas de la vida (o no) el flamante Uoiea (las vocales al revés, además de una castellanización del “oh yeah”, según contó Carca al NO el año pasado) contiene, más que ningún otro de sus trabajos anteriores, chispazos de ese universo de purpurina ideado por Queen. Particularmente en los coros y algunas guitarras muy Brian May de los flamantes Balarín, Lágrimas, mi amor y No sé, No sé. “Sí, absolutamente”, coincide Carca con el diagnóstico. “Hubo un diseño de producción en los coros. Y eso fue mérito de Carola Bony, que sobregrabó y mil voces al mejor estilo Queen. Cuando tenés la oportunidad de trabajar con músicos tan geniales y generosos sólo queda agradecer.”
–En No sé, no sé incursionaste también en la canción melódica tipo Nino Bravo o Sandro, algo que no habías hecho hasta ahora...
–En realidad, Mesías del encantamiento de A un millón... ya tenía esa línea de cantautor. Pero no la habíamos podido resolver de una forma tan eficaz como ahora. No sé, no sé tiene un estándar mas acertado. Es un tipo de música que escuché mucho durante mi infancia. Gente con una polenta total como Los Pachos, Roberto Carlos, Leonardo Favio o el mismo Nino Bravo, que tenían un estilo compositivo que me volvían loco, siempre dentro de una psicodelia súper infantil. Porque era una música que se escuchaba en mi casa, donde también se escuchaba música disco y rock.
–En No sé, no sé incursionaste también en la canción melódica tipo Nino Bravo o Sandro, algo que no habías hecho hasta ahora...
–En realidad, Mesías del encantamiento de A un millón... ya tenía esa línea de cantautor. Pero no la habíamos podido resolver de una forma tan eficaz como ahora. No sé, no sé tiene un estándar mas acertado. Es un tipo de música que escuché mucho durante mi infancia. Gente con una polenta total como Los Pachos, Roberto Carlos, Leonardo Favio o el mismo Nino Bravo, que tenían un estilo compositivo que me volvían loco, siempre dentro de una psicodelia súper infantil. Porque era una música que se escuchaba en mi casa, donde también se escuchaba música disco y rock.
Uoiea contó con la masterización de Dennis Blackham, histórico colaborador de Black Sabbath, Led Zeppelin, Bee Gees y nada menos que T-Rex. “Lo contactamos a través de Phil Brown, que produjo los últimos discos de Babasónicos”, cuenta el ex Tía Newton. Al parecer, a Phil le gusta el material de Carca y le recomendó al prestigioso masterizador que escuchara el disco. “Dennis nos devolvió un guiño como diciendo: ‘Ah, ya sé, ahora entiendo por qué me llamaron’”, sonríe Carca, quien asegura que no vivió la demora de ¡seis años! entre Divino y Uoeia con pesar o angustia: “Ocurrió porque el disco nos invitó a adentrarnos mucho más meticulosamente en él. Grabé como veinte guitarras para cada canción. Por eso sólo tiene nueve temas. En esa situación, bueno, es bastante lógico que no pudiera extenderme más. Se me iban a gastar los dedos de tanta dedicación a las guitarras, los bajos, las baterías, los teclados, las voces, los coros”, exagera, sin pudor. “La obra nos invitó por si sola en un estado de belleza muy delicado.”
Carca no deja remarcar la importancia del trío que conforma con la citada Carola Bony en bajo y Panza de Babasónicos en batería, más las participaciones claves de Diego Uma y Diego Tuñón, también de Babasónicos, en teclados, percusión y arreglos varios. “Siempre me gustó la interacción con otros. Genera una dinámica alegre. Un juego, un pin-pong”, dice el guitarrista, quien ya en Divino se había dado el gusto de hacer tándem con Andrés Calamaro y Juanse, recreando en parte el universo estilístico de ambos, y que desde sus inicios mantiene una alianza estética-ética con Adrián Dárgelos y la banda surgida en Lanús. “Encontrarme con estos genios y su generosidad, la alquimia y su disposición ante el trabajo, fue genial”, sentencia. El año pasado, tras la enfermedad y posterior fallecimiento de Gabo, el entonces bajista de Babasónicos, el vínculo entre Carca y Babasónicos se acentuó aún más. Y los autores de Viva Satana, celosos como pocos de su círculo íntimo, ratificaron el ingreso de su amigo-hermano como nuevo bajista.
–¿Cómo te impactó tu incorporación a Babasónicos? ¿Qué te dio y qué te quitó?
–Quitarme no me quitó nada. Darme me dio un montón, hablando profesionalmente. Porque si es por dar y quitar, la vida me quitó a un amigo y a la vez me puso en su lugar, en una especie de símil raro con la película La fiesta inolvidable de Peter Sellers. Fue bastante rara la psicodelia que se armó ahí con los sentimientos, los amigos, los sonidos. De todos modos, es muy gratificante saber que estoy haciendo lo correcto para conmigo, para con los demás y para con Gabo.
Carca no deja remarcar la importancia del trío que conforma con la citada Carola Bony en bajo y Panza de Babasónicos en batería, más las participaciones claves de Diego Uma y Diego Tuñón, también de Babasónicos, en teclados, percusión y arreglos varios. “Siempre me gustó la interacción con otros. Genera una dinámica alegre. Un juego, un pin-pong”, dice el guitarrista, quien ya en Divino se había dado el gusto de hacer tándem con Andrés Calamaro y Juanse, recreando en parte el universo estilístico de ambos, y que desde sus inicios mantiene una alianza estética-ética con Adrián Dárgelos y la banda surgida en Lanús. “Encontrarme con estos genios y su generosidad, la alquimia y su disposición ante el trabajo, fue genial”, sentencia. El año pasado, tras la enfermedad y posterior fallecimiento de Gabo, el entonces bajista de Babasónicos, el vínculo entre Carca y Babasónicos se acentuó aún más. Y los autores de Viva Satana, celosos como pocos de su círculo íntimo, ratificaron el ingreso de su amigo-hermano como nuevo bajista.
–¿Cómo te impactó tu incorporación a Babasónicos? ¿Qué te dio y qué te quitó?
–Quitarme no me quitó nada. Darme me dio un montón, hablando profesionalmente. Porque si es por dar y quitar, la vida me quitó a un amigo y a la vez me puso en su lugar, en una especie de símil raro con la película La fiesta inolvidable de Peter Sellers. Fue bastante rara la psicodelia que se armó ahí con los sentimientos, los amigos, los sonidos. De todos modos, es muy gratificante saber que estoy haciendo lo correcto para conmigo, para con los demás y para con Gabo.
–Babasónicos tiene una grilla bastante abultada de shows. ¿Cómo fue subirse a ese trajín cuando estabas acostumbrado a algo más espaciado?
–Sí. Igual una cosa es ser un frontman, la responsabilidad que tengo en un show como solista, y otra ser el bajista en una banda. Son energías distintas y hay que disfrutarlas a full. No me gustaría tocar tantos shows míos como solistas, ni tampoco podría. Las cosas pasan con cierta naturalidad. Si tocás mucho es porque la gente quiere que toques mucho. Yo todavía no llegué a eso. Con tocar menos estamos contentos mi público y yo.
–¿Vas a seguir en Babasónicos? ¿O tu incorporación fue momentánea y termina acá?
–Yo creo que tanto yo como los chicos dijimos todo en el gesto de estar unidos y de gozar mucho, de saber con certeza que somos nosotros los que estamos y no es fácil la camisa que hay que calzarse. Para nadie. No sólo para mí. La respuesta es que la banda esta ahí. Tocamos. Creamos. La pasamos súper alucinantemente bien juntos. Nos respetamos nos queremos y se ve en los shows lo que pasa.
–¿Pero vas a entrar a grabar con ellos en el próximo disco?
–Y sí. Obvio que sí.
–Porque Dárgelos cada vez que le preguntan por el tema dice “pregúntenle a Carca”.
–Está muy bien. ¿Y sabés por qué? Porque Adrián más allá de ser un amigo muy elegantemente fiel, es muy lúcido y esa lucidez lo lleva a reparar en el respeto de no enfrascarme como bajista de Babasónicos, porque recaería en la no delicadeza de minimizar mi carrera como solista. Y yo soy yo. Eso es inevitable, por suerte [pausa]. Okey, toco el bajo en Babasónicos. Pero antes soy yo. Y ese yo no es ser el bajista de Babasónicos. Es una de las varias cosas a las que me entrego ciento por ciento.
–Sí. Igual una cosa es ser un frontman, la responsabilidad que tengo en un show como solista, y otra ser el bajista en una banda. Son energías distintas y hay que disfrutarlas a full. No me gustaría tocar tantos shows míos como solistas, ni tampoco podría. Las cosas pasan con cierta naturalidad. Si tocás mucho es porque la gente quiere que toques mucho. Yo todavía no llegué a eso. Con tocar menos estamos contentos mi público y yo.
–¿Vas a seguir en Babasónicos? ¿O tu incorporación fue momentánea y termina acá?
–Yo creo que tanto yo como los chicos dijimos todo en el gesto de estar unidos y de gozar mucho, de saber con certeza que somos nosotros los que estamos y no es fácil la camisa que hay que calzarse. Para nadie. No sólo para mí. La respuesta es que la banda esta ahí. Tocamos. Creamos. La pasamos súper alucinantemente bien juntos. Nos respetamos nos queremos y se ve en los shows lo que pasa.
–¿Pero vas a entrar a grabar con ellos en el próximo disco?
–Y sí. Obvio que sí.
–Porque Dárgelos cada vez que le preguntan por el tema dice “pregúntenle a Carca”.
–Está muy bien. ¿Y sabés por qué? Porque Adrián más allá de ser un amigo muy elegantemente fiel, es muy lúcido y esa lucidez lo lleva a reparar en el respeto de no enfrascarme como bajista de Babasónicos, porque recaería en la no delicadeza de minimizar mi carrera como solista. Y yo soy yo. Eso es inevitable, por suerte [pausa]. Okey, toco el bajo en Babasónicos. Pero antes soy yo. Y ese yo no es ser el bajista de Babasónicos. Es una de las varias cosas a las que me entrego ciento por ciento.
–Estás dando la primicia, entonces. Porque no estaba confirmado hasta ahora...
–Sí. Pero porque no sentimos que hubiera que decir algo. Las dos partes estamos de acuerdo en eso. Poner en palabras algo tan delicado seguramente le erraríamos en la transmisión de algún concepto. Yo prefiero hacer y que se vea lo que hacemos. Ahí está la respuesta a todo.
–Ya vas por tu sexto disco. ¿Mirás atrás y ves una obra?
–Siempre tuve la suficiente arrogancia como para creerme que ya, con Miss Universo, mi primer disco, había tachado ese casillero en cuanto al ranking de ambiciones en el rock. Y obvio que después cada disco multiplicó esa posibilidad de goce y festejo.
–Algunos plantean que la carrera de todo autor se compone de tres etapas: una primera más adolescente, eufórica; una segunda de adultez, aunque también de cierto aburguesamiento, y una última de otoño y reposo sabio. ¿En cuál de las dos primeras te ubicás?
–El que llega al otoño está jodido (risas). Me gusta pensar que estoy empezando y que me queda todo por aprender, pero a la vez regocijándome en toda la experiencia que tengo. Y es un juego de palabras. Creo que sigo experimentando al día de hoy. Lo que viene de ahora en más es todo para aprender. Me parece que siempre estoy en el primer escalón.
–¿En serio? ¿Así te sentís?
–Sí, pero es porque ahí es donde quiero estar. Es un placer, un goce total. No se trata de un primer escalón donde hay tres o cinco, sino eso de no perder la chispa o de creer que tenés todo sabido. Por suerte me puedo jactar de saber un montón de cosas, por ejemplo en relación a la guitarra. Pero me alucina que mañana o dentro de quince minutos pueda flashear con algo como lo hacía cuando tenía 20, como cuando ibas y te cargabas tus equipos, tus cosas y era un todo contra el mundo. Me alucinaría no perder nunca eso.
–Sí. Pero porque no sentimos que hubiera que decir algo. Las dos partes estamos de acuerdo en eso. Poner en palabras algo tan delicado seguramente le erraríamos en la transmisión de algún concepto. Yo prefiero hacer y que se vea lo que hacemos. Ahí está la respuesta a todo.
–Ya vas por tu sexto disco. ¿Mirás atrás y ves una obra?
–Siempre tuve la suficiente arrogancia como para creerme que ya, con Miss Universo, mi primer disco, había tachado ese casillero en cuanto al ranking de ambiciones en el rock. Y obvio que después cada disco multiplicó esa posibilidad de goce y festejo.
–Algunos plantean que la carrera de todo autor se compone de tres etapas: una primera más adolescente, eufórica; una segunda de adultez, aunque también de cierto aburguesamiento, y una última de otoño y reposo sabio. ¿En cuál de las dos primeras te ubicás?
–El que llega al otoño está jodido (risas). Me gusta pensar que estoy empezando y que me queda todo por aprender, pero a la vez regocijándome en toda la experiencia que tengo. Y es un juego de palabras. Creo que sigo experimentando al día de hoy. Lo que viene de ahora en más es todo para aprender. Me parece que siempre estoy en el primer escalón.
–¿En serio? ¿Así te sentís?
–Sí, pero es porque ahí es donde quiero estar. Es un placer, un goce total. No se trata de un primer escalón donde hay tres o cinco, sino eso de no perder la chispa o de creer que tenés todo sabido. Por suerte me puedo jactar de saber un montón de cosas, por ejemplo en relación a la guitarra. Pero me alucina que mañana o dentro de quince minutos pueda flashear con algo como lo hacía cuando tenía 20, como cuando ibas y te cargabas tus equipos, tus cosas y era un todo contra el mundo. Me alucinaría no perder nunca eso.
–¿Qué trampas te tocó sortear en estos años?
–La salud que perdés en entregarte cien por cien al amor y a la devolución como agradecimiento que significa el don de la música. Eso no lo puedo desoír. Y a la vez no es que digo que yo tengo un don porque toco mejor que algún otro. No pasa por ahí. Pasa porque tuve el regalo de poderme encontrar como artista. Y no de estar rebuscando o de no tener personalidad. Eso me parece buenísimo.
–Hablaste de salud. ¿El rock llegó a ponerte en riesgo?
–A cualquiera que se dedica en serio al rock se le pone en juego su salud. Es una búsqueda de belleza las veinticuatro horas del día. No digo que el rock me haya arruinada la salud. En todo caso, ya la tenía arruinada desde antes. Con mi cuerpito me doy cuenta que la dedicación física y psíquica que hay que darle a la música implica una exigencia que no es desgastante, sino absorbente. Desde las giras hasta lo de dar notas. Tener que responder a las exigencias de otros. Aunque no estoy para nada en contra de todo ese juego. Me encanta usar el vehículo.
–¿Sufriste alguna situación que te hiciera replantear el camino?
–No. Tuve la suerte de poder sortear las desgracias en potencia de una manera grácil. Y la vida me trató bien en ese sentido. Nunca trabajé de otra cosa. Siempre me pude dedicar a mi carrera. Nunca me vi enfrentado a decir: ‘Tengo que hacer otra cosa’. Eso no entró como posibilidad.
–La salud que perdés en entregarte cien por cien al amor y a la devolución como agradecimiento que significa el don de la música. Eso no lo puedo desoír. Y a la vez no es que digo que yo tengo un don porque toco mejor que algún otro. No pasa por ahí. Pasa porque tuve el regalo de poderme encontrar como artista. Y no de estar rebuscando o de no tener personalidad. Eso me parece buenísimo.
–Hablaste de salud. ¿El rock llegó a ponerte en riesgo?
–A cualquiera que se dedica en serio al rock se le pone en juego su salud. Es una búsqueda de belleza las veinticuatro horas del día. No digo que el rock me haya arruinada la salud. En todo caso, ya la tenía arruinada desde antes. Con mi cuerpito me doy cuenta que la dedicación física y psíquica que hay que darle a la música implica una exigencia que no es desgastante, sino absorbente. Desde las giras hasta lo de dar notas. Tener que responder a las exigencias de otros. Aunque no estoy para nada en contra de todo ese juego. Me encanta usar el vehículo.
–¿Sufriste alguna situación que te hiciera replantear el camino?
–No. Tuve la suerte de poder sortear las desgracias en potencia de una manera grácil. Y la vida me trató bien en ese sentido. Nunca trabajé de otra cosa. Siempre me pude dedicar a mi carrera. Nunca me vi enfrentado a decir: ‘Tengo que hacer otra cosa’. Eso no entró como posibilidad.
MAL TRANCE EN EL QUILMES ROCK
En el Quilmes Rock 2008 Carca sufrió uno de esas situaciones que de tanto en tanto ocurren en el rock: el repudio intolerante al telonero, cuando apareció para tocar antes de Korn. En este caso, antes del esperado recital de los –en algún momento– referentes del nü metal. “Se dieron una serie de condiciones medio efecto dominó que hicieron que todo termine como terminó”, recuerda Carca sobre aquel fallido homenaje, fiel a su vocación, que intentó rendirle al viejo rock argentino entre las huestes metaleras. “Las intenciones fueron buenas. Por parte de los productores y de la organización. Pero el factor sorpresa, lo que uno podría haber visto como un regalo, un plus, se convirtió en un desencadenante explosivo”, cuenta.
–La historia muestra que muchos grandes músicos pasaron por esa situación. El riesgo por ahí es sentirse muy lastimado en el ego y alimentar el resentimiento. Tu explicación parece evitar caer en la trampa...
–Sí, ahora (risas). Ese día me calenté, sentí un sabor de injusticia y después dije no, la verdad que tienen razón. Me parece que no nos dimos cuenta de que esa era una de las probabilidades y eso fue un error nuestro, no del público. Con el tiempo te reís. Pero obvio que en el momento es casi dramático. Pero bueno, también estuvo el hecho de que seguimos, que no nos fuimos corriendo. Fuimos bastante profesionales al respecto.
–Se la bancaron.
–Sí, llegamos al final del show igual. Todos escupidos pero bueno. (risas). Alguna vez me tenía que pasar. Pasó de la manera más mega grossa que podía pasar. Con un River lleno y a casi diez metros del público. Pero bueno, está bien. Obviamente uno se va a sentir un poco humillado ante la escupida de otro. Primero porque vos no estas ahí para hacer algo en contra de ellos. Nunca se pensó en esa posibilidad. Se pensó en todas las otras, que eran tan bondadosas, tan buena onda, que nos pegamos la cabeza contra la pared.
–De alguna manera hubo un desencuentro porque vos tenés una potencia rockera que un heavy, en otro contexto, seguramente sabría apreciar...
–Claro, pero en ese momento era ilegible que después de Ozzy estuviese anunciado Korn, se apagaran las luces de todo el estadio, los carteles luminosos empezaran a repetir ahí viene Korn, ahí viene Korn, la gente se amontonara adelante y entonces apareciésemos nosotros, con unos temas de rock nacional, que para el fan de Korn es como un fogón. Cualquier cosa que se interpusiese en ese momento, aunque fuese el mismísimo Ozzy con una acústica haciéndote Diario de un loco [Diary of a madman], sería repudiado.
–¿Te pasó de cruzarte con algún metalero que después se mostrara apenado por la situación?
–Sí, varias veces. Me dicen qué bueno que te la bancaste. Me pasó mucho. Incluso a muchos les gustó el gesto, disfrutaron de esas canciones, se metieron en la propuesta. Nosotros les dimos algo y lo agarraron. Pero bueno, también era bastante difícil tener la agudeza visual de poder gozar de una situación que estaba siendo contaminada por una mayoría muy marcada.
En el Quilmes Rock 2008 Carca sufrió uno de esas situaciones que de tanto en tanto ocurren en el rock: el repudio intolerante al telonero, cuando apareció para tocar antes de Korn. En este caso, antes del esperado recital de los –en algún momento– referentes del nü metal. “Se dieron una serie de condiciones medio efecto dominó que hicieron que todo termine como terminó”, recuerda Carca sobre aquel fallido homenaje, fiel a su vocación, que intentó rendirle al viejo rock argentino entre las huestes metaleras. “Las intenciones fueron buenas. Por parte de los productores y de la organización. Pero el factor sorpresa, lo que uno podría haber visto como un regalo, un plus, se convirtió en un desencadenante explosivo”, cuenta.
–La historia muestra que muchos grandes músicos pasaron por esa situación. El riesgo por ahí es sentirse muy lastimado en el ego y alimentar el resentimiento. Tu explicación parece evitar caer en la trampa...
–Sí, ahora (risas). Ese día me calenté, sentí un sabor de injusticia y después dije no, la verdad que tienen razón. Me parece que no nos dimos cuenta de que esa era una de las probabilidades y eso fue un error nuestro, no del público. Con el tiempo te reís. Pero obvio que en el momento es casi dramático. Pero bueno, también estuvo el hecho de que seguimos, que no nos fuimos corriendo. Fuimos bastante profesionales al respecto.
–Se la bancaron.
–Sí, llegamos al final del show igual. Todos escupidos pero bueno. (risas). Alguna vez me tenía que pasar. Pasó de la manera más mega grossa que podía pasar. Con un River lleno y a casi diez metros del público. Pero bueno, está bien. Obviamente uno se va a sentir un poco humillado ante la escupida de otro. Primero porque vos no estas ahí para hacer algo en contra de ellos. Nunca se pensó en esa posibilidad. Se pensó en todas las otras, que eran tan bondadosas, tan buena onda, que nos pegamos la cabeza contra la pared.
–De alguna manera hubo un desencuentro porque vos tenés una potencia rockera que un heavy, en otro contexto, seguramente sabría apreciar...
–Claro, pero en ese momento era ilegible que después de Ozzy estuviese anunciado Korn, se apagaran las luces de todo el estadio, los carteles luminosos empezaran a repetir ahí viene Korn, ahí viene Korn, la gente se amontonara adelante y entonces apareciésemos nosotros, con unos temas de rock nacional, que para el fan de Korn es como un fogón. Cualquier cosa que se interpusiese en ese momento, aunque fuese el mismísimo Ozzy con una acústica haciéndote Diario de un loco [Diary of a madman], sería repudiado.
–¿Te pasó de cruzarte con algún metalero que después se mostrara apenado por la situación?
–Sí, varias veces. Me dicen qué bueno que te la bancaste. Me pasó mucho. Incluso a muchos les gustó el gesto, disfrutaron de esas canciones, se metieron en la propuesta. Nosotros les dimos algo y lo agarraron. Pero bueno, también era bastante difícil tener la agudeza visual de poder gozar de una situación que estaba siendo contaminada por una mayoría muy marcada.
PAPPO, MI IDOLO
Pappo –como Queen, Color Humano o T-Rex– siempre es un tema de conversación con Carca. No sólo porque su impronta y su estética de rock resuenan muchísimo en sus discos (particularmente en A un millón de años, pero también en el resto de sus álbumes), sino porque el autor de Nubes Negras fue un pionero en reivindicar la figura del Carpo, sobre todo en ambientes alternativos y en ese entonces poco amigos de mirar con buenos ojos la valorización de “dinosaurios” como Edelmiro Molinari, Ricardo Soulé o el mismísimo Pappo, alguna vez –créase o no– considerado un “grasa” por el buen gusto del medio pelo (ver nota principal).
Lo cierto es que a fines de los ‘90, el Carpo invitó a Carca a participar de Pappo y amigos, un disco que repasaba su carrera con invitados de la talla de Mollo, La Renga, Andrés Ciro y Calamaro, pero que finalmente no contó con la participación del guitarrista. “Me dijo de hacer juntos Abelardo, el pollo, lo cual me encantó, porque justamente era un tema que tenía una psicodelia que iba perfecto con la lectura que yo estaba haciendo de su música. Pero problemas de managereo y de organización del proyecto, ajenos a ambos, impidió que concretáramos la idea”, cuenta el guitarrista.
Muy bien. ¿pero cómo dio el primer encuentro entre el guitarrista y su ídolo? Según relata el músico, el primer contacto se dio a partir de la insistencia de una amiga en común, que volvió loco al Carpo para que se conocieran. Y lo logró: “Nos encontramos y me dijo: ‘Meneca me tiene las bolas llenas con vos’ (risas). Eso fue en el ‘96 o ‘97, después de A un millón de años blues, que era el disco que Pappo había escuchado y del cual me dijo ‘Está bien, eh. Está muy bueno’”. Frases secas que, para quienes conocieron al líder de Riff, sintetizaban flor de elogio: “Pappo tenía eso. Vos no podías gozar mucho de lo que te estaba diciendo porque no sabías en qué momento te lo podía deformar en tu contra. Era bravo, tenía un humor que te la tenías que bancar grosso para relacionarte con él. Aunque a la vez podías tener suerte y que nunca fuese malo con vos. Conmigo fue así”.
Sin embargo, aquel no fue el primer encuentro entre ambos. “La primera vez fue a los 13 o 14 años, cuando Fede, un amigo de la infancia que me incitó a que tocara la guitarra, me invitó a su casa justo cuando estaba Pappo.” Resulta que el padre era un productor de Sony que había grabado a Boxer, un grupo heavy de los ‘80 (“buenísimos”, subraya Carca) y que aquella noche había invitado al Carpo para zapar y planear futuras movidas. “Me quedé paralizado. No me animaba ni a saludarlo. Imaginate si me decía de tocar algo. Me hubiera tenido que ir corriendo a Madagascar”, sonríe hoy Carca, quien efectivamente saludó a su ídolo, cruzó un par de palabras de admiración con él y hoy atesora ese momento con gran cariño.
Pappo –como Queen, Color Humano o T-Rex– siempre es un tema de conversación con Carca. No sólo porque su impronta y su estética de rock resuenan muchísimo en sus discos (particularmente en A un millón de años, pero también en el resto de sus álbumes), sino porque el autor de Nubes Negras fue un pionero en reivindicar la figura del Carpo, sobre todo en ambientes alternativos y en ese entonces poco amigos de mirar con buenos ojos la valorización de “dinosaurios” como Edelmiro Molinari, Ricardo Soulé o el mismísimo Pappo, alguna vez –créase o no– considerado un “grasa” por el buen gusto del medio pelo (ver nota principal).
Lo cierto es que a fines de los ‘90, el Carpo invitó a Carca a participar de Pappo y amigos, un disco que repasaba su carrera con invitados de la talla de Mollo, La Renga, Andrés Ciro y Calamaro, pero que finalmente no contó con la participación del guitarrista. “Me dijo de hacer juntos Abelardo, el pollo, lo cual me encantó, porque justamente era un tema que tenía una psicodelia que iba perfecto con la lectura que yo estaba haciendo de su música. Pero problemas de managereo y de organización del proyecto, ajenos a ambos, impidió que concretáramos la idea”, cuenta el guitarrista.
Muy bien. ¿pero cómo dio el primer encuentro entre el guitarrista y su ídolo? Según relata el músico, el primer contacto se dio a partir de la insistencia de una amiga en común, que volvió loco al Carpo para que se conocieran. Y lo logró: “Nos encontramos y me dijo: ‘Meneca me tiene las bolas llenas con vos’ (risas). Eso fue en el ‘96 o ‘97, después de A un millón de años blues, que era el disco que Pappo había escuchado y del cual me dijo ‘Está bien, eh. Está muy bueno’”. Frases secas que, para quienes conocieron al líder de Riff, sintetizaban flor de elogio: “Pappo tenía eso. Vos no podías gozar mucho de lo que te estaba diciendo porque no sabías en qué momento te lo podía deformar en tu contra. Era bravo, tenía un humor que te la tenías que bancar grosso para relacionarte con él. Aunque a la vez podías tener suerte y que nunca fuese malo con vos. Conmigo fue así”.
Sin embargo, aquel no fue el primer encuentro entre ambos. “La primera vez fue a los 13 o 14 años, cuando Fede, un amigo de la infancia que me incitó a que tocara la guitarra, me invitó a su casa justo cuando estaba Pappo.” Resulta que el padre era un productor de Sony que había grabado a Boxer, un grupo heavy de los ‘80 (“buenísimos”, subraya Carca) y que aquella noche había invitado al Carpo para zapar y planear futuras movidas. “Me quedé paralizado. No me animaba ni a saludarlo. Imaginate si me decía de tocar algo. Me hubiera tenido que ir corriendo a Madagascar”, sonríe hoy Carca, quien efectivamente saludó a su ídolo, cruzó un par de palabras de admiración con él y hoy atesora ese momento con gran cariño.
Nota sacada del suplemento "NO" de Pagina/12.
Por Juan Manuel Strassburger.
Por Juan Manuel Strassburger.