Daniel Melero tiene cincuenta y tres años y un disco nuevo que grabó en tres días. Se llama Supernatural,
es más o menos el quinceavo de su cosecha como solista (el número
exacto depende, entre otras cosas, de cómo se contabilizan los discos
quíntuples), y viene a suceder a Por, en el que tuvo a los Babasónicos como banda de acompañamiento. Figura clave del rock
argentino como productor de un centenar de grupos de diferentes épocas
–incluyendo a Soda Stereo–, Melero se mantiene constantemente en
actividad, esquivando un bien merecido prestigio y trabajando de manera
tangencial a la industria musical.
-Cuando salió “Por”, su disco anterior, decía que tenía listo un álbum previo que había decidido postergar. ¿Se trataba de “Supernatural”?
-No, ese es un disco doble que nunca edité. Supernatural lo hicimos muy rápidamente este año. A mí los discos se me forman solos, porque grabo todo el tiempo, soy un creyente de que hay que producir por la fuerza. De hecho, en enero ya voy a grabar uno nuevo. Y quizás dentro de algún tiempo retome aquel álbum. Es algo que me pasa habitualmente: hay canciones que dejan de interesarme, hasta que unos años después decido volver sobre ellas. No es que no me gusten esos temas, sino que hoy me representan más las composiciones de Supernatural.
-Es el segundo disco consecutivo en el que trabaja con una banda estable…
-Sí, antes era más solitario e incluso cuando llamaba músicos no había tanta interacción. En Supernatural, por el contrario, Tomás Barry (guitarra), Félix Cristiani (bajo), Silvina Costa (batería) y yo somos coautores de casi todas las canciones, y cuando nos juntamos a tocar estamos en continuo rapport. Lo que pasa es que llega un momento en que lo que más me aburren son mis propias ideas. Me interesa más la manipulación de esas ideas y hoy para mí tener esta banda es como tener un laboratorio. Hay mucha improvisación. Yo no busco simplemente instrumentistas a la hora de formar un grupo. Si hay algo que yo he logrado tanto en mi vida profesional como, digamos, artística, es saber rodearme.
-Hay una diferencia de edad de unos 20 años entre usted y los integrantes de su banda. ¿Eso puede ser una barrera?
-En ningún momento lo sentimos así. Tal vez yo sea un poco infantil o ellos muy adultos. Lo que pasa es que a mí me atraen los artistas que no tienen una idea preconcebida de cómo deberían ser las cosas, que todavía están en una etapa de flexibilidad mental, y ese tipo de personalidades tienden a ser jóvenes. Continuamente la gente me señala esa curiosidad que todavía tengo por la música, pero a mí no me sorprende, porque la vocación es tan fuerte…
-¿Cómo funcionó la dinámica del grupo a la hora de grabar?
-Fue realmente muy sencillo, en tres sesiones lo cocinamos. Restaba mezclarlo, pero el cuerpo del disco, todos sus elementos, lo resolvimos en esos tres días. Habíamos improvisado bastante alrededor de algunas ideas, pero las canciones no tenían forma, ni tampoco letra: yo escribo continuamente, pero esta vez lo hice directamente en el estudio. En los días previos a la grabación habíamos diagramado un plan, porque algunos temas eran bastante complejos, y no estaba del todo claro a qué le estábamos llamando “estribillo”, por ejemplo. Ese día, el encargado de llevar los lineamientos se los olvidó, y puedo decir que para mí fue un gran alivio.
-¿Grabar en tres días era su meta?
-No, pero al tercer día me di cuenta de que ya estaba. Yo venía de estar dos años forjando ese disco que finalmente nunca se editó y que dejó de interesarme, y luego vino Por, que se demoró otro año y me hizo temer que me sucediera exactamente lo mismo. De todos modos, la grabación de Por se demoró en el tiempo principalmente porque los Babasónicos viajaban mucho. De hecho, yo viajé con ellos (en esa época hice el mediometraje Babasónicos x Melero), pero fueron pocas sesiones. Esta vez fue mucho más simple y para el próximo disco pienso ir al estudio con la misma banda y aún menos elementos. Tengo plena confianza en que cuando estamos los cuatro juntos, la música sucede.
-Esa intención se nota en “Supernatural”. A excepción del tema que le da nombre, es un disco bastante despojado…
-Sí, la idea fue usar sonidos muy concretos, como “paquetes sonoros”. Y al momento de la mezcla, era sacar, sacar y sacar. Me costó mucho ese proceso, tal vez como nunca antes. Yo veía el potencial que tenía un tema con todo lo que habíamos grabado y se me escapaba. Atravesé momentos casi psicóticos. Me daba cuenta de que entre todos esos sonidos había una canción mucho mejor de la que yo había imaginado en un primer momento. Dar con la mezcla definitiva era un desafío muy grande.
-Con la improvisación como motor de su banda, el show en vivo parece el contexto ideal para evolucionar. Sin embargo. usted no suele tocar tanto.
-Me gustaría tocar más, pero es complejo: los shows son un poco inviables en este momento para el tipo de trabajo que yo hago. El público en general ya no va tanto a recitales y tampoco me gusta tocar en ciertos contextos, como de festivales, porque es muy fácil engañar a la gente cuando hay miles de espectadores que están lejísimos, sobre todo ahora con el campo VIP. Uno termina tocando para un grupo de criticones envidiosos y eso no me interesa ni me sirve. De todos modos, vamos a tocar más a partir del año que viene. Yo tengo el plan de instalarme en alguna sala de teatro muy pequeña, de esas que quedaron por Palermo, y empezar a presentarnos ahí todas las semanas. Me encanta la escala del show pequeño, para entre cien y trescientas personas. Se produce una linda entropía y, sin dudas, tiene un nivel mucho más grande de compromiso con el espectador.
-Este ha sido un año, además, de mucho trabajo como productor de músicos jóvenes.
-Sí, desde el 93 y 94 –un período en el que casi vivía adentro de un estudio de grabación, sobre todo cerca de las bandas de la llamada “camada sónica”– que no tenía un año tan activo. Creo, humildemente, que los discos en los que trabajé este año son muy importantes. El de Shaman y los Hombres en Llamas es tremendo, el de Maniac Mantu lo volví a escuchar el otro día y me parece superior, el de Félix ni hablar, y lo mismo el de la tucumana Luciana Tagliapietra, con quien fue muy lindo trabajar.
-¿Por qué cree que esos discos no han tenido tanta repercusión?
-Es una época diferente en cuanto a la comercialización de la música. Hoy no existe la idea de formar y desarrollar a un artista por parte de los grandes sellos: tienen tanto miedo que ya no apuestan a lo desconocido. El disco más reciente de Babasónicos, por ejemplo, fue el primero nacional en dos años que editó ese sello. Creo que no hay que prestarle atención a eso: un artista jamás tiene que adaptarse a los contextos, sino que debería generar los propios.
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