Comparto con ustedes un relato publicado en el Suplemento No, el dia Jueves 21 de febrero de 2013, que habla sobre Perdedores Pop.
La retórica de lo cotidiano
Por Javier Sisti Ripoll.
Escuché
a los Perdedores Pop por primera vez en un casete que venía con la
revista Revolver. Había dos canciones, una era 1000 higos. Cuando
escuché sus primeros versos quedé turuleco. Decía: “No sé si no tuve
tiempo o no tuve ganas, pero se me pasó el día y no hice nada”. Sentí
una empatía radical, dramática. Por primera vez una canción me hablaba a
mí. Estaba completamente confundido en esa época, no me identificaba
con todo eso que se llamó “nuevo rock argentino”. Ahí veía más ganas de
impresionar con un discurso aparentemente moderno y “alternativo” que
con decir una verdad propia, expresar un sentimiento, compartir lo que
le pasaba a uno.
Por esa razón me pareció que los Perdedores tenían una voz única.
Bah, dos voces, pero únicas en lo suyo. Santiago y Esteban Rial. Dos
figuras que investigué y me fueron cautivando. Eran tipos súper
melómanos, súper cultos. Escribían sobre arte, música, polemizaban sobre
lo que los rodeaba. De alguna manera eran problemáticos y malditos. Eso
me encantaba. Además hacían letras geniales. No los había visto en
vivo, hasta la noche gloriosa de su retorno, en septiembre de 2012,
cuando compartimos fecha.De su primera época sólo nos quedan un CD y un casete fanzine. Todo muy subterráneo, muy lo fi; inaccesible, difícil de escuchar. Una banda de rock hermosa y a pequeña escala. Yo me entrené en ese sentimiento, en la retórica de las cosas cotidianas, pero personales, lejos del costumbrismo y sus pretensiones de universalidad. Si buscan en Internet, van a encontrar la canción Entre la basura, lo genial. La escribió un misterioso cantautor de protesta y amplía lo que yo trato de esbozar en este mínimo panfleto: que, sí, las cosas más interesantes son las que menos brillan.
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